Bitácora dedicada a la familia Cabrera, de la villa de Macharaviaya, en Málaga, España.
Foto de portada: Macharaviaya sobre 1920 (Foto: OAC California)

sábado, 19 de abril de 2014

Ego (sum) Cabrera

Mi padre oía en su casa, e hizo suya, la frase "Donde se pone un Cabrera, no se pone nadie". Y esta boutade o hipérbole, tan absurda como sorprendente, respondía en el fondo a unas coordenadas -apellido y procedencia- que los vinculaban a un pasado ilustre y ya diluido. A un linaje y a un origen geográfico, Macharaviaya, en el que sus habitantes se habían codeado, por vecindad y parentesco, con ministros y virreyes.

No eran nuevas las ínfulas, ni desconocidas a otras ramas del apellido. En el siglo XV, Jean D´Arras, en su libro Melusina y la noble historia de Lusignan hace descender a los Cabrera catalanes del hada Melusina, junto a otros linajes europeos como los Lusignan, Pembroke, Sassenage y La Rochefoucauld.


Volviendo a vanidades menos legendarias y más cercanas, de los Cabrera que nos interesan, los de Macharaviaya, he decidido hacer esta entrada algo humorística sobre las manifestaciones de ego familiares. Quizás mis parientes puedan añadir algunas que hayan vivido u oído en sus casas.

Empezaremos, cómo no, por las fuentes escritas. José de Cabrera y Ramírez, perteneciente a la familia Cabrera de Macharaviaya y esposo de María Rosa de Gálvez, fue entre 1803 y 1805, agregado a la Legación española en los Estados Unidos. En ese empleo dejó amarga memoria por sus desfalcos y tropelías, que pueden leer en mi artículo Los excesos de don José Cabrera, publicado en la revista Isla de Arriarán

Su orgullo y sus irregularidades le llevaron a enfrentarse en numerosas ocasiones con su superior, el ministro plenipotenciario (es decir el embajador español) marqués de Casa Irujo. En las discusiones, José de Cabrera le espeta que él es hombre de mucho rango para ser su amanuense:
"Señor marqués, vea vuestra merced lo que dice y lo que escribe, pues yo soy Cabrera y no respetaré ni ministro ni marqués, y por lo que mira a la carta que me acaba vuestra merced de leer, responderé a ella o no responderé, según me diere la gana".

Grabado representando un hombre a la moda o petrimetre

José de Cabrera y Ramírez -libertino, jugador y pendenciero- no era ningún gañán. Incluso sus enemigos lo definen como atractivo, de modales exquisitos y dominio perfecto de  la lengua francesa. En resumen, un dandi.

Auténtica vánitas encontramos en el nicho de otro de nuestros familiares, enterrado en el Panteón de los Gálvez, en la iglesia de Macharaviaya, don Francisco Cabrera Valderrama, fallecido el 21 de mayo de 1840. 


Con un epitafio que pone énfasis en el apellido, repetido dos veces en la lápida:
Cabrera es quien está aquí sepultado,
Y con silencio duerme noble olvido;
Respeta los restos en que ha sido
Su cuerpo aquí hoy trasladado.
Concluiremos con la memoria oral. En primer lugar de la prima mayor de mi abuelo, Carmen González Cabrera, ya citada en esta bitácora.

Una de sus frases, con mucho énfasis: "Hay una sola rama de Cabreras en Macharaviaya". 

Otra anécdota que rememoraba, de principios del siglo XX: 
"de niña asistí a una boda y un señor se dirigió a mí:
- ¿De qué familia eres?
- Cabrera.
- ¿De donde?
- De Macharaviaya.
- Entonces, tienes derecho al "don"."
Por último, mi padre, Francisco Cabrera Muñoz, tenía memorizada desde su infancia una retahíla propia de los expedientes de limpieza de sangre, y que oyó de sus abuelos: "nuestra familia no tiene mezcla alguna de moros, ni de judíos, ni de gitanos... " etc. Frase hoy tan inadecuada, pero que era una frase hecha propia del Antiguo Régimen y de sus documentos.

Escudo de los Cabrera de Córdoba,
con los que entroncan los de Macharaviaya

Esta entrada tiene quizás un sesgo más anecdótico que científico, pero son testimonios curiosos que no deben perderse.